Autoorganización,
autogestión, autodeterminación
x Iñaki Gil de San
Vicente
Gravemos a fuego estos
tres conceptos en nuestra práctica y en nuestra teoría
porque serán aún más decisivos en nuestro futuro
que lo que han sido en el pasado y lo son en el presente. Miremos por
donde miremos, todos los grandes y pequeños pasos que nuestro
pueblo ha ido dando desde, por poner una fecha, finales de 1950 han
estado directamente relacionados con la autoorganización, en
primer lugar, e inmediatamente después, con la autogestión
y la autodeterminación. Naturalmente, aquí empleo estos
conceptos desde y para una teoría antagónica a la
oficial, a la patriarcal, española y burguesa. Por
autoorganización se entiende la capacidad de la gente de crear
organizaciones y colectivos de defensa de sus intereses
independientes de los instrumentos de control directo e indirecto del
poder. Los oprimidos, quienes fueren, se organizan a sí
mismos, ellos se liberan a sí mismos. Esta auto-organización
ha sido y es una práctica muy asentada en nuestro pueblo.
Tanto bajo la dictadura franquista como bajo el sistema
antidemocrático actual, solamente la autoorganización
popular y social ha permitido a nuestro pueblo crear y dotarse de sus
propias e independientes organizaciones, movimientos, colectivos,
grupos, etc. Y una de las obsesiones de las fuerzas regionalistas,
estatutistas y estatalistas desde mediados de 1970 fue y es la de
integrar o destruir esta independencia organizativa. Conocemos de
sobra, por haberlas padecido desde hace dos décadas, la
inmensa masa de prohibiciones, presiones, intentos de ahogo económico
y legal, chantajes de todo tipo, etc., que han sufrido prácticamente
todas las prácticas de autoorganización, desde las
fiestas populares hasta los colectivos políticos.
Una de las virtudes de la
autoorganización es que lleva en su código genético
la necesidad de desarrollar la autogestión en todo lo que
organiza. La autogestión como proceso, desde la ayuda mutua
hasta el consejismo, pasando por la autoadministración, la
cooperación, el control obrero y popular, etc., sólo es
viable a la larga si, además de otras cuestiones, ha nacido y
crecido mediante la autoorganización de los colectivos
implicados en ella. Es muy difícil, por no decir imposible,
que la autogestión concreta o generalizada se sostenga sin la
experiencia crítica y creativa que genera la autoorganización,
sin ese vital espíritu de independencia frente al poder que le
caracteriza. La experiencia no solamente vasca sino mundial así
lo demuestra. Y del mismo modo en que el poder ha intentado e intenta
destruir o integrar la autoorganización, también hace
lo mismo contra la autogestión y sus diversas formas
particulares. La amarga experiencia del cooperativismo neutro e
interclasista es uno de tantos ejemplos. En
sentido general, la autogestión significa la capacidad de las
personas para administrar ellas mismas los colectivos que ellas
mismas han organizado. Una de las virtudes de la autogestión
es que lleva en su código genético la necesidad de
desarrollar la autodeterminación permanente del colectivo que
se autogestiona. La autogestión se
caracteriza por la decidida voluntad de sus miembros para administrar
ellos mismos sus cosas, para no ceder su ejercicio de decisión
libre y consciente a un poder exterior y extraño. Nuestra
experiencia y la de todos los pueblos trabajadores que han luchado
por su liberación, muestra que la autogestión en su
sentido pleno y radical, socialista, y al margen de sus grados y
niveles concretos de plasmación y desarrollo, fluye
naturalmente hacia un proceso más amplio de autodeterminación
colectiva e individual. No puede ser de otro modo, ya que la
autodeteminación no es sino el nivel más consciente y
vital de la práctica de decidir por uno mismo, trátese
de un colectivo y/o de una persona, qué es lo que se está
auto-gestionando en el presente y por qué y cómo se va
a autogestionar permanentemente en el futuro, cuando se decida
democráticamente esa autodeterminación en su forma más
consecuente y lógica, la independencia nacional en un marco de
democracia socialista y de extinción del patriarcado. Vemos
que existe, pues, una relación dialéctica interna entre
la auotoorganización, la autogestión y la
autodeterminación. Es tan obvia e inocultable que también
la ven, la vio desde su mismo origen, el poder dominante.
Los esfuerzos de éste
por romper dicha relación dialéctica no vienen
únicamente del peligro insoportable que para sus intereses de
explotación y expoliación supone el proceso entero
sino, además, del hecho igualmente innegable que tal
dialéctica no es totalmente espontánea e invertebrada.
Por el contrario. Si algo ha enseñando la tremenda experiencia
colectiva acumulada desde el primer tercio del siglo XIX, cuando
apareció la lucha obrera y popular contra el capitalismo, es
la necesidad de que en el interior de la autorganización
exista una teoría práctica de la organización
emancipadora, de que en el interior de la autogestión exista
una teoría práctica de la gestión socialista y
de que en el interior de la autodeterminación exista una
teoría práctica de la determinación
independentista. Esta experiencia también se ha confirmado en
Euskal Herria. Definitivamente, como prueba del algodón, la
efectividad de dicha relación interna queda confirmada por la
desesperada insistencia que hacen las fuerzas represivas para
destruir a los colectivos organizados que están en permanente
dialéctica interna con la autoorganización, la
autogestión y la autodeterminación. Todas las doctrinas
represivas y contrainsurgentes, así como todas las teorías
revolucionarias, saben que cuanto más estrecha, ágil y
viva es la dialéctica entre la práctica organizada y la
autoorganizada, más débiles son los resultados últimos
de la represión en todas sus formas y maneras de plasmarse.
Pues bien, si debemos
grabar a fuego en nuestra praxis diaria los tres conceptos es porque
son básicos para, de un lado, derrotar a la represión
española desde una estrategia ofensiva, creativa y
constructiva, no retrocediendo al defensismo pasivo de la tortuga; de
otro lado, superar la reiterada traición del PNV-EA y volver a
tejer en las calles, fábricas, escuelas, las redes y los nudos
de la construcción soberanista vasca; además,
multiplicar las bases materiales de una Euskal Herria realmente
democrática, autocentrada y consciente de sus recursos y
necesidades para resistir a las fuerzas destructoras y disolventes
del capitalismo actual, caracterizado por llevar al extremo la
absorción de todo lo cualitativo, identitario y humano en la
máquina alienadora del mercado y del beneficio burgués;
y, último, aumentar la tan necesaria solidaridad
internacionalista con los pueblos que también se autoorganizan
para aumentar la autogestión de su vida y lograr su
autodeterminación su independencia en un mundo
sometido a la ciega y férrea uniformidad del imperialismo. A
simple vista, parece una salida desesperada, cuando en modo alguno es
así. Todo lo contrario. Tras decenios de lucha y
autoorganización en cuanto proceso que tiende a la
autodeterminación mediante la autogestión generalizada,
nuestro pueblo se ha dotado no sólo de colectivos enraizados
en nuestra identidad, sino también de una fértil praxis
popular autocrítica y consciente de la urgencia de masificar,
socializar, extender y ampliar la dialéctica entre la
organización y la autoorganización. Por eso venceremos.