Llega a su fin el año en que Colombia avanzó como nunca antes en la construcción de un camino cierto a la paz, lo cual nos deja el compromiso ineludible de alcanzar el anhelado Acuerdo Final en 2016. Se trata de un reto enorme y trascendental, lo asumimos con la confianza plena en el pueblo colombiano, principal artífice de cuanto se ha conseguido hasta hoy en la lucha por la democratización y la justicia social en nuestra patria.
Él no puede creer que haya que dejar las armas para meterse a la política abierta. Sin que cambie nada, en el mismo país de oligarquías y terratenientes asesinos.
Cada día estoy más convencido de que la solución es política, de que el camino más correcto y además el único posible es el diálogo, me decía el comandante Adán Izquierdo a finales de los años ochenta en algún lugar de la Sierra Nevada de Santa Marta. Yo lo escuchaba con sorpresa, incluso con algo de incredulidad. Él tenía muchos años de experiencia en la lucha, era un comunista y un revolucionario probado, me costaba mucho trabajo siquiera considerar que un hombre así pudiera equivocarse en sus apreciaciones. También escuchaba hablar con entusiasmo semejante al Camarada Jacobo Arenas. Casi todos los días aparecía en las pantallas del televisor, a la hora de los noticieros, hablando de la paz y del camino de las conversaciones, de la salida civilizada. Eran gente muy sabia, que tenían que saber por qué se expresaban así.
Desde el 25 de diciembre pasado se celebra en Santiago de Cali la versión 58 de la Feria de Cali. Se trata de la principal festividad de la tercera ciudad de Colombia y reúne en apretada agenda conciertos, desfiles, encuentros de melómanos, temporada taurina y un enrevesado listado de actividades que se traducen finalmente en una gigantesca algarabía colectiva cuyas consecuencias no resultan siempre festivas.
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